
Es triste encontrar en nuestros países personas que hasta la edad adulta han tenido sus primeros zapatos, en muchos de nuestros países nuestros niños, jóvenes y ancianos solo han conocido las alpargatas, las ginas, las chancletas o las sandalias y otros como muchos niños que encontramos en sectores indígenas, en barriadas, en tugurios con sus pies descalzos y sus dedos deformados.
Desde que empezó la campaña de solidaridad donando un par de zapatos, la gente ha tomado conciencia de que en realidad tenemos solo un par de pies y para que tantos pares de zapatos guardados en nuestros closets. Hasta ahora la gente ha respondido positivamente guardamos demasiadas cosas materiales, incluyendo ropa, adornos que permanecen guardados por muchos años y nunca utilizamos. Desde ya me imagino la felicidad de tantas familias cuando reciban este noble toque de generosidad.
Hay una ley espiritual según la cual ayudando a los otros aligeramos nuestra propia carga, el medio mas efectivo para superar las propias penas es practicar las llamadas obras de Misericordia. Esas que propone el Evangelio como muestra fehaciente de que amamos de verdad a Dios sirviendo a los demás; vestir al desnudó, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, visitar a los presos y los enfermos o socorrer a los pobres.
Es una fe activa que ilumina el mundo y no una fe de simples oraciones y ceremonias, algo que tenían muy claro santos como Santa Teresa de Jesús, a quien le gustaba repetir “obras, obras, obras quiere el Señor.” Es el mismo mensaje que acentuó Jesús al decir “no todo el que dice Señor, Señor, entrara en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial. Siéntate en un lugar tranquilo, piensa que más puedes hacer por los demás y vive una fe de obras, obras, obras...reflexiona: ¿Todos los zapatos que tienes en tu cuarto te los pones al mismo tiempo? ¡Comparte con los demás!