Solo basta que nos sentemos en un centro comercial, o por unos instantes observemos en una calle bien congestionada, o tomemos el metro o el bus y empecemos a observar la gente e inmediatamente nos daremos cuenta que somos parte de un mundo que vive a pasos agigantados. Es el mundo del acelere. Todo el mundo va de prisa, hay un corre corre impresionante, el tiempo da la impresión de ser el principal enemigo. Todos queremos llegar primero.
Hoy en día el cáncer no esta acabando tan rápido con la población mundial como lo esta haciendo el estrés. El estrés lleva a la depresión y al acabóse entramos en un oleaje de producir, de ser arrastrados por un sistema de poseer y de consumir desaforados. No importa el sacrificio corporal, familiar, religioso o social. Lo importante es entrar en la competencia material. No nos podemos quedar atrás en la línea Light, en la onda del Internet, del celular, del iPod, del microondas, del control remoto, del computador, del Bluetooth, de la plasma, de la liposucción y del metro sexualismo, etc.
Queremos que todo en la vida funcione a la perfección y rápido como las comunicaciones o las computadoras. Nos dejamos presionar por un inmediatismo estresante y esta bien que exijamos rapidez a los lentos y los mediocres, pero no hasta el punto de querer todo en una velocidad de trasbordador espacial.
Por querer volar quemamos valiosas iniciativas. No le damos espacio a los procesos de maduración y olvidamos lo importante, agobiados por lo urgente. La impaciencia nos hace tanto daño como los que sufren, los niños cuyos papás quieren estos milagros: que el pequeño a los 5 años hable 3 idiomas, toque violín, sea estrella en un deporte y experto en karate. Hay que tener mucha paciencia y calma para lograr los verdaderos éxitos y resultados. Hay que cancelar de nuestras vidas la avaricia, el perfeccionismo, y la indiferencia y debemos crecer en realismo y en perfección.
Para rechazar el estrés y la depresión debo tener paciencia hoy y paciencia mañana con mis errores y los de los demás. Esa misma que Dios tiene con migo. Paciencia que no es conformismo sino aceptación de procesos. Para salir de la depresión es agarrarse de las manos de Dios y con fuerza decirle: “Señor si puedo hazme una criatura nueva y que desde ahora en mi cuerpo y en mi mente no entre el estrés ni la depresión.”
Queremos que todo en la vida funcione a la perfección y rápido como las comunicaciones o las computadoras. Nos dejamos presionar por un inmediatismo estresante y esta bien que exijamos rapidez a los lentos y los mediocres, pero no hasta el punto de querer todo en una velocidad de trasbordador espacial.
Por querer volar quemamos valiosas iniciativas. No le damos espacio a los procesos de maduración y olvidamos lo importante, agobiados por lo urgente. La impaciencia nos hace tanto daño como los que sufren, los niños cuyos papás quieren estos milagros: que el pequeño a los 5 años hable 3 idiomas, toque violín, sea estrella en un deporte y experto en karate. Hay que tener mucha paciencia y calma para lograr los verdaderos éxitos y resultados. Hay que cancelar de nuestras vidas la avaricia, el perfeccionismo, y la indiferencia y debemos crecer en realismo y en perfección.
Para rechazar el estrés y la depresión debo tener paciencia hoy y paciencia mañana con mis errores y los de los demás. Esa misma que Dios tiene con migo. Paciencia que no es conformismo sino aceptación de procesos. Para salir de la depresión es agarrarse de las manos de Dios y con fuerza decirle: “Señor si puedo hazme una criatura nueva y que desde ahora en mi cuerpo y en mi mente no entre el estrés ni la depresión.”
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