miércoles, 27 de mayo de 2009

La experiencia espiritual de pobre tiene otra cara

Por el Rev. José Eugenio Hoyos

En mis misiones, eventos o predicaciones en varios lugares de Latinoamérica me he encontrado con gran alegría la calidad y riqueza espiritual entre los más pobres, los más desprotegidos y necesitados en el mundo; ellos tienen la mayor riqueza como es la fe y la esperanza.

Parte de la humanidad carente de recursos materiales vive en un mundo que podríamos llamar de insignificancia. El pobre es insignificante en la sociedad, es anónimo, no tiene nombre. El día del entierro de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, murieron unas cuarenta personas, no sabemos bien cuantas, ni sabemos sus nombres, los pobres cuentan por número, no por su nombre.

Pero definitivamente la experiencia espiritual del pobre tiene otra cara. El pobre tiene riqueza humana, aspiraciones, posibilidades de ser persona, tiene un modo propio de sentir, de pensar, de amar, de crecer, de rezar, de sufrir, de gozar. Encarnarse en el mundo de los pobres, significa entrar en su mundo de miserias, de injusticias, de esperanzas y de futuro. Por ahí se siente, se vive la utopia del hombre, del futuro, renovado y tenido en cuenta.

Encuentro en María, la Virgen de América, india y mestiza, el mejor paradigma del pobre, en el sentido bíblico, sobre todo en el Magnificat, que es el espejo de María. “En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Dios y el profetismo de la Antigua Alianza. Estamos llamados a vivir la sobriedad solidaria que reduzca las desigualdades. Y no olvidemos que toda pobreza tiene rostro humano, tiene nombre, apellidos. La padece y sufre un niño o un anciano, un joven o un adulto, una mujer o un hombre. La pobreza no son números fríos o abstractos anónimos; son sujetos humanos concretos, como nosotros.

lunes, 11 de mayo de 2009

La Iglesia Resucitada, Iglesia descalza o radical.

Rev. José Eugenio Hoyos

Hoy hablamos de una Iglesia renovada, de una iglesia espiritual con un evangelio que ayude a devolver la esperanza a los más pobres y que los cristianos a través de la fé puedan encontrar al Cristo Vivo.

¿De que depende el futuro de la Iglesia, de la eficiencia de su organización, de su poder institucional o de una espiritualidad renovada y más radical?

Debemos volver a las fuentes de recuperar el sentido genuino de Jesús. ¿Somos la Iglesia, que nace de la Pascua y de Pentecostés que esta comprometida con la obra de amor que inicio Jesús? A partir de la resurrección, nada es como antes, en la historia ha interrumpido la novedad radical que lo transforma todo.

Me viene a la memoria un hecho de la vida del gran profeta de nuestro tiempo Juan XXIII, en 1903 que siendo joven se confiesa así mismo como habido de cosas nuevas, libros nuevos, sistemas nuevos, personas nuevas.

Ese es el fruto y la consecuencia de la Fe en el resucitado, en la Pascua, de la que nace una Iglesia joven, dinámica, verdadera fraternidad de apóstoles, que se alimentan en la contemplación de la palabra, de la Eucaristía, que vive en comunión, que salen en misión por los caminos del mundo para hacer participes a mujeres y hombres de la novedad de Jesús.

La Iglesia de cristo debe ser una comunidad de inserción que evangeliza desde la opción por y con los pobres. Debemos movernos desde un proyecto integrador, que abarque todas las dimensiones de la persona que tiene hambre, que necesita escuela, cuidados de salud de higiene, que necesita de Dios. Que en nuestra Iglesia se sienta la fuerza liberadora de Jesús y de su evangelio, inculturando en todo hombre que tenga fe.

Debemos ser la voz de los que no tienen voz y ayudar a romper las cadenas de esclavitud del racismo y de la discriminación y de esa forma los católicos nos pondremos las sandalias del señor para dar los pasos en los caminos de la libertad y la justicia.